Los caminos a veces terminan por no parecerse nada a lo que habíamos pensado y, por supuesto, muchas de estas ocasiones el lugar al que llegamos supera por mucho al lugar al que queríamos llegar. Algo así fue lo que me sucedió mientras planeaba el viaje a la ciudad de Guanajuato, destino original de un viaje por carretera que me dio la bienvenida con cambios casi de inmediato en mi itinerario y que, tras hacer una escala en la ciudad de Celaya para degustar la extraordinaria carta del restaurante Casa Poniente por invitación del Chef Propietario Eduardo Osuna y retomar el camino, cambiaría por la ciudad de San Miguel de Allende.
Habiendo recorrido algunos kilómetros tras dejar Celaya, lo que, por principio, parecería mala suerte se hizo presente, causando un desperfecto en la camioneta en que viajaba y dejándome varada a la orilla de la camioneta cerca del entronque que toma rumbo a San Miguel. Casi nunca viajo sola, pero este viaje resulta una de esos contados recorridos en solitario, por lo que la preocupación de lo que haría llegó casi de inmediato y, junto a esta sensación, afortunadamente recordé que una gran amiga dedicada a las Relaciones Públicas, Jacqueline Benítez, días antes me había comentado sobre su visita a San Miguel para revisar las adecuaciones que se realizaban en uno de los hoteles que representa. Tomé el celular con una esperanza que no se vio decepcionada y unos minutos más tarde, Jacqueline llegaba a mi rescate con un mecánico y una firme decisión: mi destino sería San Miguel de Allende. Si bien la el pretexto sería la seguridad de que mi camioneta fuera revisada correctamente, la verdadera motivación era la necesidad de reencontrarnos tras un largo tiempo de distanciamiento que, por desidia, agenda o simple falta de concordancia, no habíamos podido corregir.
Así, con la noche ya cayendo en el estado de Guanajuato, llegamos a San Miguel, un lugar que había evitado en los últimos años por diversas razones y que, en este viaje, volvieron a mí no para reforzar mis ideas sobre mi ausencia en este importante destino, sino para demostrarme lo equivocada que estaba al creer que la importante y creciente presencia de extranjeros era un punto negativo para el destino mismo. Permítanme explicarles.
Las calles de San Miguel de Allende están llenas de historia, de huellas que evocan el pasado y las tradiciones de las familias que, desde los tiempos coloniales, han levantado piedra a piedra una de las ciudades más bellas de este país que introduce sutilmente la modernidad entre los edificios de piedra y cantera que han visto más de 500 años de historia nacional y que alimentan la curiosidad y la pasión por este México de fuertes raíces y fusiones culturales. Caminar entre los callejones de San Miguel es, evidentemente, una aventura que se tiene que vivir de día, por lo que tendría que esperar al día siguiente. Sin embargo, la noche no significó el final del día, pues las puertas del Hotel Dos Casas se abrieron para adentrarme en este devenir de pláticas y reencuentros que sólo vinieron a demostrar que somos piezas de ajedrez de jugadores superiores y que, ese desperfecto automotriz que terminó por traerme a San Miguel, había sido simplemente un movimiento en el tablero que pondría en jaque mis ideas preconcebidas y terminaría por dejarnos triunfantes en la partida de esta noche.
El Hotel Dos Casas tiene algo único y que, por supuesto, entenderán que para nosotros en Flavors of Mexican Cuisine resulta fundamental. A diferencia de cualquier lugar en el que nos hemos hospedado en este redescubrimiento de México y sus rincones especiales, no hay barreras entre quienes manejan el hotel y quienes tenemos la suerte de ponernos en sus manos para dejar que los relojes se detengan entre pláticas y sabores. Caminar entre los pasillos y disfrutar de la hermosa arquitectura y diseño a cargo del extraordinario despacho Muro Rojo es, en si mismo, un placer en cada paso y cada recoveco del lugar que, con elegancia y colorido, pone a Dos Casas como una referencia inmediata para el turista nacional e internacional. Este espacio, remodelado por Alberto Laposse, Gabor Goded y Giovanna Carrara que antes fue una casa familiar, conjunta a la perfección el estilo arquitectónico virreinal con la modernidad de las necesidades de un Hotel Boutique.
La comodidad de sus suites es digna de admirarse, desde su habitación más sencilla en la que la chimenea y la tina de azulejo de talavera resultan un detalle de inconfundible inspiración colonial, hasta la hermosa Casa Suite que alberga, en sus tres pisos, todo el lujo que está buscando el viajero sibarita y que, en su terraza privada con jacuzzi, ofrece una vista asombrosa de San Miguel de Allende que nos sirve para comprender por qué la insistencia de mi amiga desde hace varias semanas para poner una pausa en el devenir citadino y escapar hacia lo que descubrí como un verdadero paraíso en medio de un San Miguel de Allende que, con sutileza y elegancia, reclamó mi ausencia por tanto tiempo.
Al despertar al día siguiente me encontré con el momento mágico de este viaje inesperado al descubrir que los espacios de nuestra memoria han sido respetados y honrados en la cocina de Dos Casas pues, concientes de la importancia que en la vida de las familias mexicanas supone este espacio de la casa, los encargados de este Hotel han decidido que sea, a la vez, el lugar donde cada invitado disfruta sus alimentos. Así, en medio de las ollas, los fogones, los ingredientes y la chef de este lugar, nos sentamos a ver cómo nuestros desayuno era preparado, servido y, por supuesto, al momento de probarlo, los sabores cambian y explotan de manera distinta gracias al sentimiento que nos deja esta atención personalizada en la que, con una sonrisa, la Chef nos pide darle rienda suelta con total libertad a nuestros antojos.
Al final, sentada en la bella terraza de Casa de los Olivos, entre risas y pláticas, entendí por qué las piezas de ajedrez se movieron de esta manera. San Miguel de Allende respira fraternidad y amistad en todos sus rincones y es capaz de unir a quienes tienen la suerte de encontrarse aquí de maneras que otros lugares no conocen o, peor, no son capaces de hacer. Ahí, en silencio contemplando un atardecer que siempre habrá de quedar en la memoria, descubrí que tenía que llegar a este Pueblo Mágico para reencontrarme con una amistad que, al igual que los edificios coloniales de este lugar, sin decir nada, sutilmente demuestran que sí, los caminos a veces terminan por no parecerse nada a lo que habíamos pensado pero que, sin duda alguna, siempre nos recibirán con el placer de ser redescubiertos y, sin duda, demostrarnos que lo único imperdonable sería no borrar las distancias de un lugar y una persona que siempre ha estado ahí…
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