lunes, 27 de febrero de 2012

Menudo compendio de poesía comestible. (F: Alonso Ruvalcaba).



Verdad sabidísima: no hay asunto tan pequeño que no se le puedan dedicar unos versos. Al principio de la silva V de la Gatomaquia –largo poema de Lope de Vega en su avatar del licenciado Burguillos, que narra los felinos afanes amorosos de Marramaquiz, gatazo de gentil persona y no menos galán que enamorado, por Zapaquilda, como tantas otras gatas, “crüel y inexorable”– están estos endecasílabos:
Mira si de Virgilio fueron tersos,
cuya princesa pluma fue divina,
cuando escribió el Moreto, que en la lengua
de Castilla decimos almodrote,
sin que por él le resultase mengua… (vv. 43-47)


En el Appendix vergiliana hay, entonces, un idilio donde un tal Similo se prepara un almodrote (“espécie de guisádo, ò salsa con que se sazónan las berengénas, que se hace y compone de azeite, ajos, queso, y otras cosas”, dice el de Autoridades). No es un almodrote genérico sino uno muy particular. En el poema “Celebración palmípeda” (Letras Libres, enero 2005) Rocío Cerón brinda por otro platillo muy particular –un parisino pato a la frambuesa:


El deleite de hervir en cuerpo propio y desnudar la lengua
A los favores del fogón y sus alientos
Parar asistir a la impronta del milagro
Y ser testigo de la divinidad recóndita
Guardada en el ceño de la comisura.
Afinca la gloria en el paladar y el olfato:
Los misterios gnósticos, órficos,
Distan de ser razón y cumplimiento
Tiento acaso de la verdad última por acercarse al paraíso.
Frente a mí los delantales han volado
Lloro de tristeza cual galgo amputado de su orgullo
Por hincarle el diente sin letargo ni andadura
A este pedazo de cielo que se vierte entre mi plato.
Oh corazón fallido el amor no es placer alguno
Sino alcancía vacua y deshuesadero de nostalgias.
Yo me levanto y brindo por el hallazgo de este Pato a la Frambuesa
Que Ovidio hubiera muerto y remuerto de haber probado en ocasión alguna.


Hay un soneto a un plato de ostiones en un local de Texas, cuyo autor es Jesús del Toro, poeta del que creo saber exactamente nada. Se llama “El religioso ostión” (un poema modesto, sí, pero de los poquísimos que trae crítica de restaurante incluida):
En el que un devoto comensal explica
las bondades y delicias de un restaurante
texano y sus ostiones del Golfo de México

Una docena aquí vale por trece
ostiones limpios, frescos, nacarados,
en bandeja de hielo presentados
a su degustación. El sabor crece
con algo de limón y el chile escuece
la lengua que imagina, desatados,
los gozos al marisco vinculados.
Quien adore el ostión, por aquí rece.
Todo por siete dólares el plato.
Todo en un sitio cómodo y despierto
ideal para durar o estar un rato.
Quien adore el molusco tenga cierto
que lo bueno, lo rico y lo barato
tiene en la Water Street un templo abierto.


Sor Juana tiene un romance que viene acompañando un dulce de nueces, “sazonadas” por el mismísimo Apolo, preparado por la propia monja para la condesa de Paredes. (Comienza aquí.) Thackeray entona la balada de la bouillabaise, potaje de mariscos (“A sort of soup, or broth, or brew, / Or hotchpotch of all sorts of fishes”) que él probaba en un local de la Rue Neuve des Petits Champs de París. El gran Chava Flores enuncia la honra de otro muy específico platillo: los frijoles de Anastasia. Lectores no hechos al albur incontestable, abstenerse o aguantarse (o leer esto para no sentirse tan mal):
 


Otros poetas cantan el plato genérico. Joseph Berchoux, la pierna de cordero con ejotes (“Gigot, recevez mon hommage”, dice); el gran glotón Baltasar del Alcázar, las berenjenas con queso; Neruda, el caldillo de congrio –“grávido y suculento, / provechoso”– en un poema que es oda y es receta. Esos poetas son bien conocidos. Otros, no tanto: Julio Novoa le escribió al huevo estrellado en un soneto híper-hiperbólico, cuyo segundo cuarteto dice:


Cerrada a cal y canto y prisionera
En inocente albúmina acunado
Trae la yema su lípido asombrado
De la quietud que roza sus laderas…


Francisco L. Bernal, un casi perfecto desconocido, precia el menudo en otro soneto:


Oh menudo sabroso, te saludo
en esta alegre y refrescante aurora
en que pido alimentos, pues es hora
en que tú estás cocido y yo estoy crudo.
Manjar tan delicioso jamás pudo
colocar en su mesa una señora,
con más razón si es dama de Sonora
la tierra favorita del menudo.
Por eso te distingo y te respeto,
por eso te dedico este soneto
de tu grato sabor en alabanza.
Canten mis versos frescos y elocuentes
en honor de tus cinco componentes
caldo, pata, maíz, tripas y panza.


Existe otro apartado que habría que antologar: el del poema del ingrediente. Neruda y Szymborska comparten con Shrek una humilde devoción por la cebolla. (“Ogres are like onions”, considera el monstruo.) Nabos hay por toda la poesía erótica, y sirven tanto para comer como para calentarse. Véanse, por ejemplo, estos versos cariñosos del romance Fue Teresa a su majuelo:


¡Oh nabo de mi contento,
bendito el que os ha criado,
y bien haya la simiente
de que fuistes engendrado!
Echaros he en mi puchero,
entero y sin quebrantos,
y para que no os peguéis,
procuraré menearos.
No quiero para mi olla
más especies ni recados;
sólo, para daros gusto,
os echaré dos garbanzos.
Y para que florezcáis
os iré yo regalando,
y os regaré algunas veces
con el agua de mi caño…


El chino Bai Juyi (772-846) les canta, oh musa, a los brotes de bambú; Brillat-Savarin compila un poema a la trufa negra y Marc-Antoine de Girard, aka Saint-Amant, que Néstor Luján describe como “gordo y soñador, fantástico y báquico… dado a cantar, además, las cosas aparentemente más vulgares”, firma estos versos al melón por encima de todas las otras frutas:


Non, le coco, fruit délectable,
Qui lui tout seul fournit la table
De tous les mets que le désir
Puisse imaginer et choisir,
Ni les baisers d’une maîtresse,
Quand elle-même nous caresse,
Ni ce qu’on tire des roseaux
Que Crête nourrit dans ses eaux,
Ni le cher abricot, que j’aime,
Ni la fraise avecque la crème,
Ni la manne qui vient du ciel,
Ni le pur aliment du miel,
Ni la poire de Tours sacrée,
Ni la verte figue sucrée,
Ni la prune au jus délicat,
Ni même le raisin muscat
(Parole pour moi bien étrange),
Ne sont qu’amertume et que fange
Au prix de ce MELON divin,
Honneur du climat angevin.


Poemas del ingrediente debe haber millares; poemas de los alimentos del día habrá, seguro, mucho menos. De cenas ya hemos hablado aquí. En “De descuartizamientos” Gerardo Deniz cuenta un desayuno que incluye champurrado, una bomba veracruzana, quecas de queso, flor y huitlacoche y melon divin también. Se puede leer completo en Nada que ver, el tumblr de Aurelio Asiain. El dj y escritor Jace Clayton –o, si prefieren, dj/Rupture– poetuitea sus desayunos fantásticos:



Cole Porter, rimador invencible, considera el desayuno del domingo “the best meal of the week”y lamenta que no haya suficientes poetas que lo acompañen (hay que escuchar la canción completa acá):


For it’s Sunday morning breakfast time,
The time all men adore!
Why don’t the poets go into rhyme
And rave about it more?


En un mundo perfecto la taquiza sería una comida obligatoria del día, y obviamente Chava Flores sería el poeta de ese sagrado alimento:


Te expliqué casi llorando que te amaba con pasión
tú le entrabas a los de ojo, tripa gorda y corazón;
cuando quise poner fecha, pa’ la iglesia y pa’l cevil
te aventates como flecha al cachete y nenepil.
Erutabas satisfecha, ay hijita, yo te hablaba de perfil.

Al seguir con los de oreja, entróme la preocupación:
vino trompa, sesos, buche, los de nana y chicharrón.
Siguió el cuero a la taquiza y hasta el hígado surgió,
y llegó la longaniza, la cecina y el riñón,
y al entrarle a la maciza, ¡me saliste con que no!


(A propósito de tacos, José Sánchez Somoano propone estos versos en su Modismos, locuciones y términos mexicanos [Madrid, 1892], en que vemos una suerte de taco doble acaso precursor de las “copias” en las taquerías actuales. Se refieren al indio que, en eso “de ser sobrio”, le da al español “tres y raya”:


Toma una blanda tortilla,
de maíz, muy bien tostada,
y para formar un plato
a la siniestra la adapta.
Echa en ella los frijoles,
el chile y menestras varias,
y de cuchara le sirve
otra tortilla doblada.


Y a propósito de tortillas no indias sino españolas –y otras preparaciones con huevo– no hay que perderse el clásico ensayo de Antonio Alatorre “Fortuna varia de un chiste gongorino”, que trae decenas de ejemplos de poetas de toda estatura.)
¿En qué estábamos? Ah sí, en el mundo perfecto donde la taquiza sería “el alimento más importante del día”. No existe.

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