Es normal que el recién egresado de cualquier licenciatura en humanidades se encuentre ante el dilema que los universitarios técnicos no enfrentan porque están muy ocupados considerando qué trabajo mal pagado aceptarán: ¿y ahora qué hacer? La alternativa usual al desempleo o a la crisis vocacional consiste en inscribirse a un posgrado. No suena nada mal tener la oportunidad de extender algunos años más la vida estudiantil con una beca cuyo monto total sería imposible de conseguir dando clases.
Para todas las personas que han decidido dar este gran paso –el de evitar cualquier asomo de decisión – y se han inscrito al posgrado de su preferencia, esta semana en El Grafólego ofrecemos una selección de útiles y prácticos consejos que los ayudarán durante su trayecto formativo y, mejor aún, en el momento en que deban recuperar toda la incertidumbre que han escondido y que los sorprenderá de nuevo en el momento de la graduación.
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La mayor parte de sus compañeros están en la misma situación que usted, pero la mayor parte no lo sabe. Algunos de ellos disfrazarán la angustia con el traje de la vocación. Desconfíe; esas personas son el enemigo académico.
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A diferencia del académico de vocación, el enemigo académico pregona su amor por la disciplina, por las prácticas de su disciplina y por sí mismo de manera enfática. Una práctica común para exaltar este amor es el denuesto hacia colegas que no comparten su centro de investigación:
“Si la universidad tiene problemas de dinero, deberían cerrar el Centro de Estudios de Asia y África, ¿para qué puede servir algo así?”. (Escuchado en un pasillo de El Colegio de México de boca de un estudiante de literatura, profesión que ha probado su practicidad y su impacto social desde la época de Platón)
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De igual forma, el enemigo académico procura cierto rencor –aparentemente espontáneo– no sólo hacia sus pares, sino hacia la sociedad en general:
“Yo no puedo hablar con gente que no ha leído cuando menos cien libros. * De hecho, no es que no pueda, sino que me niego a hacerlo”. (Escuchado en un salón de clase de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM de boca de un profesor de asignatura)
*Para próximas entregas del blog se planea la presentación de un instrumento que evalúe la cantidad de libros que ha leído una persona según la combinación de sus prendas.
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Hay dos maneras de evitar al enemigo académico. La primera es ignorarlo, actitud que supone el riesgo de caer de su gracia y convertirse en blanco de sus más férreos y descontextualizados ataques:
“¿Esa quién se cree? Es una perdedora que no tiene amigos y que no le habla a nadie porque no sabe cómo hacer amigos. Por eso lee tanto y por eso participa tanto en clase” (Escuchado de boca de una estudiante de comunicación de la Universidad Iberoamericana)
La segunda manera es darle por su lado, reírse un poco cuando dice algo, secundarlo alguna vez, hacerle creer que usted es su aliado. Esta actitud carece de consecuencias indeterminadas hasta ahora salvo por la obvia: convertirse con el tiempo en un enemigo académico.
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Otra de las características fundamentales del enemigo académico es su perseverancia. Los enemigos académicos usualmente logran la meta de terminar el programa de estudios y de hacerse con un buen empleo en algún centro de investigación de su disciplina. Una vez allí, reproducen y contagian las mismas prácticas a enemigos académicos en formación. El enemigo académico que llega a estos niveles pronto olvida el mundo, que se reduce al trayecto desde su casa y hasta su oficina en la universidad.
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Hay dos maneras de evitar convertirse en un enemigo académico. La primera es no invertir tiempo y esfuerzo en un posgrado. Es, también la más eficaz, incluso cuando éstas y otras prácticas del enemigo académico han comenzado a invadir otros campos laborales. La segunda consiste en no olvidar que para dedicarse a las humanidades se necesita valor, y que ese valor proviene del miedo.
Si usted acepta que el mundo está al revés y que sus aspiraciones chocan contra lo que la realidad ofrece, cambie de lugar de su almohada, duerma con la cabeza en los pies, los pies en la cabeza y entre a su primera clase caminando de espaldas. Es la única manera para no olvidar que lo que está usted haciendo es tonto y es heroico al mismo tiempo.
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