"Sólo existen paraísos perdidos", afirmó el poeta inglés John Milton en el siglo XVII. Que este año eso no sea así en mi vida es mi desafío.
Una tarde de estas vacaciones decembrinas, al intentar ordenar las miles de fotos que tengo en la computadora, mis hijas y yo nos topamos con varios videos de la familia que no habíamos visto y que tomamos hace cinco, seis, siete u ocho años. Qué contentos la pasamos aquel día: "¡Ve que chiquitos están los niños!, oye la voz de Diego, ¡cómo ha cambiado! Qué joven y bien se veía tu papá", y demás comentarios. Creíamos mientras los vivíamos que esos momentos serían para siempre.
Solemos minimizar el testimonio de una cámara que graba el soplido a las velas de cumpleaños o la caída del primer diente o a los niños jugando, pero con el paso del tiempo se vuelve un tesoro. En retrospectiva sentimos otra vez cada emoción y disfrutamos cada risa e instante; es entonces que nos damos cuenta de lo felices que estábamos. Pero, ¿por qué la felicidad la afirmamos en tiempo pasado y no presente? Es la mente la que suele distraernos del instante que vivimos, esa mente que como un serrucho nos lleva del pasado al futuro sin detenerse.
¿Podemos detener ese vaivén y reconocer la felicidad en el presente? Sí, porque nuestro pensamiento es causa y lo que experimentamos, efecto. Es decir, lo que pienso lo llevo a mi sentir y es a través de mi sentir que experimento la vida. El terreno siempre nos dará aquello que sembramos, tanto de lo que amamos, como de lo que tememos. Buenos pensamientos producen buenos frutos, malos pensamientos malos frutos. Así de simple.
Ojo: date cuenta de lo que piensas y no te creas todo lo que piensas. Tomemos en cuenta que nuestra capacidad de cambiar lo que pensamos es el regalo más grande que la vida nos da. Los resultados no sólo impactan nuestra salud, sino también nuestras relaciones, nuestra calidad de vida y futuro.
James Allen, escritor inglés, en su libro As a Man Thinketh, escrito en 1903, afirma: "Enfermedad y salud, como las circunstancias, tienen sus raíces en el pensamiento. Ten pensamientos de enfermedad y tendrás un cuerpo enfermizo. La gente que vive con miedo a enfermarse, es la que se enferma. En cambio, pensamientos puros de fortaleza, construyen un cuerpo vigoroso y sano".
De ser así, la proporción de mi salud y bondad está en exacta relación con mi pensar bien y saludable. Y en cuanto a las relaciones, la ciencia ha descubierto que la gente de manera telepática siente la vibración de nuestros pensamientos y, honestamente, muy pocos buscan estar con una persona que emana una energía negativa.
Enfocarnos en lo negativo de las personas o de las cosas –costumbre arraigada en muchos de nosotros–, ignorar el momento, no apreciarlo o dar por un hecho una bendición, es la clave del sufrimiento.
De la misma manera, ir por la vida sin una meta fija es suficiente para ser arrastrados por un océano de preocupaciones, pensamientos autodestructivos y miedos, que desembocarán por ende en infelicidad, fracaso y dolor.
Te invito a intentar hacer un zoom con la mente para ampliar la visión de amor, como si agregáramos una lente que realza los colores. Procuremos crear pensamientos correctos –positivos, de gratitud, de bondad, de comprensión– para comprobar que esta
Ley universal de la causa y el efecto, tan antigua como el hombre mismo, es la clave de la felicidad.
¿Por qué no probarlo? Intentemos controlar la mente y decidirnos a ser felices como modo de vida, hoy.
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