Los dos Pedros
Por:
Guadalupe Loaeza
REFORMA
(12-Ene-2012)
Dicen que en cada una de sus películas, sus compañeros tenían que sufrir los desplantes del actor, pues su mal genio no sabía distinguir entre tramoyistas, extras, directores y divas. Sólo con Dolores del Río, la bella María Candelaria, tuvo toda clase de atenciones, pues, como dice Gustavo García su biógrafo oficial: "fascinado por el profesionalismo de la actriz, supo mantenerse al margen de los conflictos titánicos que surgieron entre ella y el director (Emilio Fernández), quien desahogaba su enamoramiento con gritos y exigencias desmesuradas".
No obstante, era un excelente amigo de sus amigos. Un día su hijo, el otro Pedro Armendáriz, pero de apellido materno Pardo, me contó que cuando Jorge Negrete se encontraba viviendo el desamor de Gloria Marín, no había noche en que no se presentara a la casa de la familia Armendáriz para contarle sus cuitas. Entre más aconsejaba Pedro a Jorge, más lloraba, literalmente hablando, el Charro Cantor por la infidelidad de su Gloria con Abel Salazar.
Un día se enteró de que Gary Cooper acababa de morir a causa del cáncer. Entonces, durante una entrevista, el reportero Jaime Pericas le pidió su opinión a Pedro, quien respondió: "Es una muerte cruel. Creo que no podría aguantar algo igual. Saber que estás condenado a muerte, que la suerte está echada y que cualquier día caerá sobre tu cabeza, realmente no tiene sentido. Lo mejor es darse un balazo". Seguramente, entonces, Pedro Armendáriz ya sabía que tenía cáncer. No fue sino hasta 1963 que viaja a Los Ángeles para ser internado, y le pidió a su esposa que cuando lo alcanzara le llevara la mágnum que le había regalado su amigo Miguel Aceves Mejía. "Voy a aprovechar el viaje para cambiarle las cachas", le dijo a Carmelita, quien en ese momento no sospechaba para nada las intenciones de su espos
El doctor les informó que al día siguiente, el martes 18 de junio, se le aplicarían unas radiaciones al actor. Dicen que ese martes Pedro amaneció de muy buen humor; así es que le dijo a su esposa: "¿Por qué no vas a la delicatessen de aquí enfrente y me traes un sándwich de pastrami? Y de paso tráete unos higaditos de pollo picados, de los que te gustan". Cuando Carmelita regresó con el encargo, vio la cama vacía, sólo estaban las muletas de su esposo recargadas en la pared. Entonces, lo vio tirado entre la cama y el lavabo. "Se había dado un balazo justo en el corazón con la mágnum", escribe Gustavo García.
A Pedro Armendáriz Pardo lo conocí personalmente cuando estaba casado con Ofelia Medina. Un día me invitaron a su casa. Se veían muy enamorados. Se reían y se acordaban de las mismas cosas. Recuerdo que mientras estábamos en la mesa comiendo muy a gusto, me sentí dentro de una película. Incluso, hasta empecé a actuar con mucha naturalidad. En esa época su hijo era muy chiquito, tendría como tres años. Desde esa comida, no lo volví a ver. Su otro hijo, el mayor, que también se llama Pedro como su abuelo y su padre, durante la ceremonia que le hicieron a su papá en Bellas Artes, dijo: "Toda la familia está muy agradecida. A él le hubiera gustado estar aquí. También gracias a la gente por sus muestras de cariño, a sus amigos y compañeros de trabajo. Mi padre era un gran amigo, le gustaba dar consejos. Te conociera o no, siempre tenía una opinión para resolver tus problemas. Era un gran hijo, un gran hermano, un gran esposo y una gran pareja. Barco, necio, pero un gran esposo. También era un gran tío y un gran actor porque todo el día estaba en personaje. Dormía siendo actor. Nos dejó muchísimas películas, unas malas, otras peores y unas buenas. Nos dejó muchísimos recuerdos, miles de enseñanzas, nunca se podía quedar callado. El choro era lo suyo".
Es cierto que cada vez que me encontraba a Pedro Armendáriz Jr. nos quedábamos mucho tiempo platicando. Siempre fue muy amable. La última vez que lo vi, estaba comiendo con todos sus hijos, en el restaurante Bellinghausen. Se veía feliz...
No tuve el gusto de conocer al padre, sin embargo, conocí al hijo. El primer Pedro se apellidaba Armendáriz Hastings y el segundo, Armendáriz Pardo. Algo me dice que los dos eran bien nacidos, es decir, buenos seres humanos. Del primero me enamoré cuando tenía 12 años. Quien en realidad me cautivó fue Lorenzo Rafael, el personaje de la película María Candelaria (1943). Me gustaban sus cejas, su mirada penetrante, pero sobre todo, su voz, cálida y varonil. Como decía Carlos Monsiváis, "el tono bravucón de los revolucionarios y las variantes regionales que divierten el oído centralista". Naturalmente, a esa edad prefería ser como Dolores del Río y que el Pedro Armendáriz de verdad me llevara en una trajinera por todo el lago de Xochimilco. A los 14 años, me volví a enamorar más que del actor mexicano de otro personaje interpretado por él, Esteban, el de la película La malquerida (1949), marido de doña Raimunda, con la actuación de Dolores del Río. Con toda razón, Raimunda, la madre, le dice a su hija: "Si hubiera veinte mujeres en esta hacienda, la sangre de las veinte ardería de pasión por Esteban". Más que Dolores del Río, en esta cinta, quería ser Acacia, interpretada por Columba Domínguez. Quería peinarme como ella, restirándome al máximo el pelo para luego peinarlo con dos trenzas. Quería tener sus cejas gruesas y brillantes. Quería vestirme con vestidos de percal y enaguas adornadas con mucha tira bordada. Y por último, quería que mi mamá se volviera a casar, para que un padrastro con los mismos ojos verdes de Esteban se enamorara de mí.
buena pelicula
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