Hoy Día de Muertos quiero evocar a mis heroínas, a aquellas que he decidido en llamar "las siemprevivas" porque nunca han muerto ni podrán desaparecer jamás de nuestra memoria. ¿Quiénes son? Las que no obstante sus creadores han querido que se mueran ya sea por su propia mano o porque así lo requería la propia dinámica de la novela. Pero, afortunadamente, siguen más vivas que nunca. De ahí que muchas de ellas se hayan convertido en un ejemplo para millones de mujeres. ¡Qué curioso que haya sido precisamente su muerte la que las ha inmortalizado! De hecho, sus nombres han sido pronunciados en todo el mundo por decenas y decenas de generaciones, más todas aquellas que faltan por venir. Muchas de ellas no nada más las hemos conocido gracias a nuestra imaginación, sino que incluso, las hemos visto en cine. De ahí que muchas nos preguntemos si no habrán existido realmente. Hemos leído en tantas ocasiones sus respectivas vidas con sus respectivas muertes que algunas hasta las sentimos mucho más cercanas que a muchos seres vivientes. ¿Será que la ficción es mucho más poderosa que la realidad? Me temo que en el caso de algunas de ellas, así sea. Para mí, y seguramente para muchos de ustedes, viven y seguirán viviendo y por los siglos de los siglos, Amén.
Julieta, hija única de la familia de los Capuletos tenía 15 años cuando se enamoró perdidamente de Romeo, quien también era único descendiente de los Montesco. Pero el destino que en todo se mete, hizo que estas dos familias se odiaran a muerte. De ahí que su amor resultaba más que imposible. Sin embargo, los enamorados deciden casarse gracias a fray Lorenzo, a pesar de que el señor de Capuleto había resulto desposar a su hija con Paris. Por eso fray Lorenzo le da a Julieta un narcótico que le hará pasar por muerta durante 42 horas. "Yo mismo iré a buscarte a tu panteón para que te reúnas con tu esposo Romeo", le dijo el franciscano. Pero como en aquellos días se había declarado la peste en la ciudad, no hubo modo que su enviado le avisara del plan del frayle a Romeo, el cual ya por su parte se había enterado por su criado Baltazar que Julieta estaba muerta. Desesperado, corre a comprar un veneno y se va como de rayo hasta al cementerio de Verona. Allí se encuentra con Paris que había ido a llevarle flores a Julieta y se pelean a duelo. Romeo mata al intruso, se dirige a la tumba de Julieta y creyéndola muerta toma el veneno y muere a su lado. Cinco minutos después la supuesta novia muerta recobra el sentido y advierte el cuerpo sin vida de su esposo. Sin vacilar un solo segundo, bebe los residuos del veneno que quedaban en los labios de Romeo y muere junto a él al mismo tiempo que llega a buscarla fray Lorenzo. ¿Qué le hubiera sucedido a Julieta si a ella no le hubiera surtido efecto el veneno? ¿La obra de Shakespeare hubiera sido un fracaso? ¿Hubiera muerto a los 99 años sin conocer jamás otro varón? Pero no, Julieta no ha muerto.
Sigue viva, sobre todo en las almas de las quinceañeras que con toda candidez sueñan con su Romeo. ¡Viva Julieta!
Ana Karenina tiene los ojos claros y una tez de porcelana. A pesar de que está muy bien casada, no se siente satisfecha. Aunque en su fuero interno intuye un vacío insoportable, hace todo por negarlo.
Sin embargo, llega un día en que siente un fuego en su interior que nunca antes había percibido. Fue la vez en que por primera vez vio a Vronski. Esa tarde regresó a su casa nerviosa. "¿Qué te pasa?", le preguntó Alexis Karenine. "¿Por qué llegas tan tarde? Tu hijo ha estado preguntando por ti", agrega con un desapego insoportable. Ana no lo escucha, su espíritu está al lado de Vronski, con el que se había dado cita para más tarde. Comienza la relación amorosa. A partir de ese momento se le viene encima a Ana toda la culpabilidad del mundo. "Para mí todo ha terminado, sólo me quedas tú", le repite a su amante una y otra vez. Por añadidura, su hijo Serge no hace más que recordarle cuán inmoral e indigna es como madre y como mujer. Estalla el escándalo social. Su marido le pide el divorcio.
Ana se lo niega. Es tal su culpabilidad que también se resiste a ver a su hijo. Al no querer aceptar el divorcio y al verla tan angustiada, Vronski se separa de ella poco a poco. Se quiere morir. Su drama necesita estar a la altura de sus sentimientos tan trágicos. Una noche, después de una discusión con Vronski, corre hacia la estación de trenes y al momento de ver a lo lejos la máquina, Ana baja hacia los rieles y murmura: "El será castigado y yo me vengaré de todos, incluyéndome a mí". No, ya no existen las Ana Karenina.
Hoy por hoy, las mujeres ya no se suicidan por un amor, cuando empiezan a sentir la depresión del desamor, basta con que se dirijan a cualquier "mall" y se consuelen gracias a su tarjeta de crédito. ¡Viva Ana Karenina!
Emma Bovary es otro ejemplo de una mujer que tampoco pudo con la culpabilidad. "¡Pinche culpa!", pudo haber escrito Gustave Flaubert, si no le hubiera puesto en las espaldas de la pobre Emma, kilos y kilos de remordimientos. ¿Qué podía hacer la pobre de Emma con ese marido tan aburrido? ¿Qué podía hacer en Tostes, ese pueblito tan tedioso y tan lejano de todo lo que le hacía soñar a Emma? ¿Qué podía hacer de su vida tan monótona y tan mezquina? Por eso cuando asistió al baile del castillo de la Vaubyessard descubrió que había otro mundo que la estaba esperando. En el mes de mayo de 1841 nace Bertha, su primera y única hija, el mismo año que conoce a Leon Dupuis, ayudante de su esposo y su primer amante. Leon la abandona pretextando irse a estudiar medicina a París. Pero Emma ya no puede vivir sin amor; ya no puede vivir en la mediocridad de su vida; ya no puede vivir exclusivamente de sueños. Necesita otro hombre que no sea Charles. Finalmente conoce a Rodolfo. Se enamoran. Y entonces la vida de Emma comienza a girar y a girar como un rehilete impulsado por unos vientos diabólicos. Para gustarle más a su amante, comienza a gastar, a comprar, a consumir compulsivamente. Compra: chales, vestidos, joyas, mantillas, peinetas, capas, sombreritos, listones, cortinas nuevas para su casa; telas de seda, de brocado. Y todo, todo absolutamente todo lo compra a crédito. Firma letras y sigue compre y compre. Tiene que pagar pero Rodolfo se niega a prestarle dinero. "No me quieres", dice en tanto corre y corre hasta llegar a su casa en cuya puerta descubre un sello que dice: "Esta vivienda está hipotecada". Ya no puede más. Se siente avergonzada. No tiene dinero. Nadie la apoya.
Su vida ya no tiene sentido. Nada más tiene un marido aburrido que no soporta y una hijita que nada más llora. Finalmente Emma corre hasta la farmacia de la esquina y le dice al joven empleado que le venda medio frasco de arsénico para las ratas. "Tengo un chorro", le dice. Una vez que se lo da bien envueltito, enfrente de él, toma un puño de ese polvo blanco y se lo mete en la boca. Dicen que en realidad Emma se mató a causa de sus deudas. Otros aseguran que porque ya no la quería Rodolfo. Algunos dicen que por puritita culpa. ¿Qué hubiera ocurrido si el doctor Charles Bovary logra salvarla? Ya sanita, ¿hubiera continuado con sus aventuras? O bien, ¿se hubiera metido de monja? A saber.
Por lo pronto, hoy día de muertos decimos: ¡Viva Emma Bovary! ¡Viva Mme. Butterfly! ¡Viva la Dama de las Camelias! ¡Viva Naná la de Zola! ¡Viva "Santa" la de Federico Gamboa! ¡Viva Susana San Juan, la que pensaba que la noche estaba llena de pecados y que sí creía en el infierno! Y también ¡que viva Remedios la bella!, aunque nada más se haya elevado a los cielos, sin morirse. En suma, ¡que vivan las Siemprevivas!
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