VOGUE
Después de hacer una exhaustiva investigación acerca del amor y el dinero, llegamos a la conclusión, que estos dos conceptos se parecen. ¿Por qué? Por la dependencia del amor como la del dinero, es igual de obsesiva, pero sobre todo, igualmente, dañina.
LOVE, LOVE, LOVE:
Existen especialistas que aseguran que hacer el amor tres, sí, tres veces por semana, prolonga la esperanza de vida en promedio diez años. Sí, una decena de años. Los más recientes estudios científicos acerca del amor sexual han demostrado que las relaciones afectivas no nada más constituyen una enorme satisfacción personal, sino también un recurso inmejorable contra la enfermedad.
Daniel Siegel, profesor y siquiatra de la Universidad de California ha demostrado cómo las experiencias afectuosas tienen una influencia sobre las emociones, el desarrollo y la maduración del sistema nervioso. El cerebro es un órgano, digamos, social cuyo desarrollo está determinado tanto por la genética como por las interacciones sociales. El espíritu no se constituye solo, se constituye gracias a las experiencias del mundo exterior y gracias a las relaciones con los demás. La conciencia de sí no es algo innato, tampoco es el resultado de un supuesto proceso interno del cerebro, esta conciencia tiene que ver con una retroalimentación generada por el entorno. El sexo, pero también las relaciones íntimas que tenemos con nuestros afectos (padres, hermanos, hijos y amigos íntimos) tienen una influencia enorme en el buen funcionamiento de nuestros órganos, lo cual nos protege de las enfermedades. Las parejas no nada más intercambian caricias e ideas, sino también microorganismos, mismos que estimulan el sistema inmune. Lo que resulta evidente en relación a los microbios lo es también respecto a los sentimientos. Al pegarse éstos, los cuales por lo general resultan buenos y positivos, no harán más que aliviarnos de nuestros males. En otras palabras ¡¡¡hagamos el amor!!! y vivamos muchos años en plena salud, pero ojo, que el hacer el amor, no se convierta en una obsesión, procuro siempre hacer, de-ses-pe-ra-da-mente, el amor, porque me da pavor que me abandone mi pareja…
Además de todos estos beneficios físicos, que sin duda, nos provoca el amor espontaneo, el amor también es bueno porque nos hace ser mejores seres humanos. Nos hace más seguros, nos valoriza, en suma, nos hace bien por el bien de todos. El amor nos hace más creativos y nos permite reaccionar más rápido e inteligentemente. El amor nos hace más generosos, más tiernos y más vitales. Quien dice lo mismo pero mucho más bonito, es el sicoanalista John Welwood: Una relación consciente puede ser un vehículo para regenerar el alma en nuestra cultura, para redescubrir la comunidad y lo sagrado en la vida cotidiana. Hablar con la verdad y escuchar al otro con respeto, ése es el principio del verdadero diálogo, esto es justamente lo que más necesita el mundo a nivel colectivo. Es decir, que el amor y el deseo juntos son igual a la felicidad suprema.
Octavio Paz, escribió en su libro La llama doble, amor y erotismo: No es extraña la confusión: sexo, erotismo y amor son aspectos del mismo fenómeno, manifestaciones de lo que llamamos vida. El más antiguo de los tres, el más amplio y básico, es el sexo. Es la fuente primordial. El erotismo y el amor son formas derivadas del instinto sexual: cristalizaciones, sublimaciones, perversiones y condensaciones que transforman a la sexualidad y la vuelven, muchas veces, incognoscible. Como en el caso de los círculos concéntricos, el sexo es el centro y el pivote de esta geometría pasional... no obstante, puede llevar a una terrible dependencia tanto hacia el amor, como hacia el sexo…
MONEY, MONEY, MONEY…
¡Qué época vivimos, Dios mío! Ya no esperamos una sola cosa que nos gratifique, sino muchas a la vez: queremos que nuestra pareja sea guapa, que se vea y se conserve joven, que sea activa, chistosa, que sea buen padre, que sea un latin lover en la cama que siempre esté de buen humor y que tenga mucho, mucho dinero. En otras palabras que nos consienta todos nuestros gustos. Y claro, este hombre ideal prácticamente no existe. Nuestra expectativas se van de bruces, comienzan los problemas de comunicación, los divorcios, los resentimientos y el sufrimiento de los hijos. Y como resultado empiezan al mismo tiempo un aumento creciente en el consumo de los siquiatras, sicólogos, terapeutas, etc. etc. Vienen las depresiones, los antidepresivos, la enajenación, pero sobre todo, una sensación de ansiedad, de tristeza y soledad.
Qué época de contradicciones vivimos. Porque por una parte tenemos acceso a una infinidad de objetos de consumo, tenemos acceso al progreso de la tecnología, a la globalización, a viajes súper económicos, y a todo tipo de tarjetas de crédito. En apariencia todo lo anterior nos hace la vida más fácil, más confortable y moderna. Pero al mismo tiempo la vuelve todavía más complicada. ¿Por qué? Porque justamente, están abiertas demasiadas posibilidades y esto provoca ansiedad, a la vez que miedo y responsabilidad. Nos invaden entonces muchas dudas: cómo manejar a los hijos, hasta cómo manejar el dinero. De todos estos sentimientos se comprende la Era del Vacío, título del libro de Gilles Lipovetski; por un lado se exacerban muchos placeres y por el otro, nos hemos creado un mundo de terror y de mucha inseguridad, especialmente, porque sentimos que no hay dinero que alcance para satisfacer un profundo agujero que traemos en nuestro interior.
Trátese de consumo o de inversión, de juego o de
atesoramiento, el dinero es una pasión. De Har -
pagón a Rico MacPato, del jugador al ratero, de
Grandet a César Birotteau, el dinero es objeto
de las fantasías más descabelladas. No se quiere
el dinero únicamente por las facilidades que ofre -
ce: “Si tuviera dinero, podría...” sino también
por sí mismo, por esa peculiar brillantez que ma -
nifiesta su naturaleza de equivalente universal.
Como tal, el dinero es considerado a menudo co -
mo la llave del bienestar, la antesala del poder,
un medio de consideración social. Pero el medio
se vuelve incluso el fin y, para mucha gente, te -
ner dinero es simplemente “ser”.
André Comte-Sponville, L’argent
Hemos de decir que las mujeres somos particularmente consumistas, cuando no nos sentimos bien, cuando sentimos ansiedad, cuando estamos bajo condiciones de estrés, vamos de shopping, o bien nos cortamos el pelo o nos hacemos un masaje y para todo ello, se necesita money, money, money. Es una manera que tenemos de ocuparnos de nosotras mismas, de darnos tiempo, pero sobre todo, de apapacharnos. Se puede ver en la bulimia del consumo una especie de escudo para protegerse o para olvidar la angustia que nos abruma. Se dice que los hombres recurren al sexo, y las mujeres a comer y comer y comprar y comprar. En francés este fenómeno se llama “un menage surendetté”, mujeres que no llegan ni a pagar o rembolsar las deudas que han contraído; a veces se sienten tan abrumadas por el bloqueo de sus tarjetas, que dejan de ir al súper. Mientras que su walking closet está a reventar, la despensa de su casa, está ¡¡¡VACIA!!! Nunca hay nada… ¿Hace cuánto que no vas al súper? les reclama furioso su marido. Es tal la tensión que se crea entre la pareja, que muchas de estas esposas, siempre acaban recurriendo a su plan B. Mientras el marido se está rasurando o bañando, ella, se incorpora de la cama, con mucho cuidado, se dirige hacia donde se encuentra la cartera de su esposo y extrae un billete de 500 pesos y dos, de doscientos. Es evidente que entre más ricos sean, más billetes desaparecerán de la cartera LV, de su “adorado” marido. Lo peor de todo, es que lo mismo sucede, cuando la pareja se encuentra de viaje. Si están en Estados Unidos, la “travesura” de su “mujercita”, será en dólares; si se encuentran en Europa, será en euros, y si están en Oriente, en la moneda del país en donde viajen. Por más mal que se encuentre su matrimonio, estas señoras jamás, pero jamás, se divorciaran, porque para ellas, primero esta: money, money, money… Esto, naturalmente, les provoca, además de enorme vacío, mucho sufrimiento: son las víctimas de un sistema que no pueden controlar. Pero por contradictorio que parezca, no les despierta sentimientos de culpa. La cultura posmoderna, nos remite más a la ansiedad que a la culpabilidad, esta última pertenece al atavismo ligado a la religión, a la idea de la falta, a la noción del mal. Por su parte, la ansiedad está más ligada a la Era del Vacío, porque, como dijera Antoine Spire: La que posee el dinero es al mismo tiempo poseída por el dinero.
Dicho lo anterior, en estos tiempos de tantas incertidumbres, me temo que las mujeres postmodernas tendemos a relacionarnos, tanto con el amor, como con el dinero, de la misma manera. Como dirían los franceses: c’est la meme chose…
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