miércoles, 23 de noviembre de 2011

La puerta falsa (G. Loaezza)...


La puerta falsa de Guadalupe Loaeza

Prólogo

Por: Ignacio Solares
Guadalupe loaeza_gl

Durante siglos, el suicidio ha sido visto como algo condenable, vergonzoso, un acto de cobardía imperdonable que debía mantenerse en secreto. Para la Iglesia Católica, el suicidio es contrario al amor de Dios, pues “si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral”, establece en su Catecismo. En la Comedia, Dante les dedica a los suicidas uno de los cantos más tenebrosos del “Infierno”. Los coloca por debajo de los herejes y los asesinos, en un bosque oscuro y sin sendas donde sus almas crecen eternamente en forma de hirsutos espinos venenosos, y arpías de grandes alas picotean sus hojas.


Con el Renacimiento, la posición acerca del suicidio empezó a cambiar radicalmente. En el siglo XVI, un humanista como Michel de Montaigne escribió en el segundo tomo de sus Ensayos: “La muerte no es el remedio de una sola enfermedad, es la receta contra todos los males; es un segurísimo puerto que no debe ser temido, sino más bien buscado. Lo mismo da que el hombre busque el fin de su existencia o que lo sufra; que ataje su último día o que lo espere; de donde quiera que venga es siempre el último; sea cual fuere el lugar en que el hilo se rompa, nada queda después, es el extremo del cohete. Cuanto más voluntaria, más hermosa es la muerte. La vida depende de la voluntad ajena, la muerte sólo de la nuestra”.
        

A finales del siglo XIX, el suicidio se convirtió en tema de intensa discusión científica, sobre todo a partir del clásico estudio del sociólogo francés Émile Drkheim. Fue entonces cuando se le empezó a despojar de su aura anatematizante desde el punto de vista religioso y a concebirlo más como un asunto humano que requería más la comprensión que la condena o el silencio.
        

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Así, de manera contundente, comienza El mito de Sísifo de Albert Camus, su alegato sobre el sentido existencial de lo absurdo.


En efecto: ¿qué es lo que lleva a una persona a terminar con su vida? A pesar de todas las discusiones, análisis, hipótesis e intentos de comprensión, lo cierto es que el único que finalmente padece y conoce las razones de tan extrema decisión es el propio suicida.


¿Cómo saber cuáles son las causas de que alguien haya decidido tomar la “puerta falsa”? ¿Cómo saber si fue a causa de una decepción amorosa, por una depresión profunda, por trastornos psíquicos, o si lo fue por una decisión tomada en pleno uso de sus facultades, de que la vida se ha convertido para él en algo inaguantable? El asunto se complica aún más si el suicida es alguien célebre, que ha destacado en alguno de los ámbitos de la actividad humana, si ha sido exitoso, si es reconocido por sus dotes artísticas, si ha probado las mieles de la gloria. ¿Por qué alguien que aparentemente lo tiene todo —fama, fortuna y belleza— toma la determinación de no seguir viviendo? Antes de siquiera atrevernos a opinar y mucho menos a condenar, es preciso comprender a aquellos seres humanos que decidieron acabar de tajo con su existencia.
        

Para comprender a esos hombres y mujeres, Guadalupe Loaeza ha tomado a 35 suicidas célebres y ha desmenuzado sus vidas, entregándonos documentadas semblanzas que nos adentran en el drama de cada uno de ellos. Desde Cleopatra hasta Marilyn Monroe, desde Vincent Van Gogh hasta Ernest Hemingway, desde Manuel Acuña hasta Pedro Armendáriz, la gran mayoría de los personajes perfilados en La puerta falsa son artistas o están relacionados con el arte, como el caso de Antonieta Rivas Mercado, la célebre mecenas y amante trágica de José Vasconcelos.


Del total de personajes elegidos, quince son escritores, diez actores —con predominio de mujeres—, cuatro músicos, dos pintores, dos reyes y un guerrero de la antigüedad. ¿Qué nos dicen esto? ¿Que los artistas son los seres atormentados por excelencia, inconformes contumaces, temerarios artífices de su propia condenación? Quizá se deba a que son ellos los que han dejado más evidencia, a través de sus obras y su vida pública, acerca de sus problemas, sus desilusiones y sus sufrimientos.


Llaman la atención los datos incluidos por la autora sobre el suicidio en México: la causa de suicidio no está especificada en más de dos tercios de los casos. Apenas unos cuantos dejan constancia de que fue por algún problema económico o familiar, por enfermedad grave o incurable, o por causa amorosa, que aún se da, sobre todo en los jóvenes. Es decir, a pesar de todo, el suicidio sigue siendo un gran misterio.


Y por ello es de agradecer este libro de Guadalupe Loaeza, que escapa al morbo, el escándalo o la diatriba moralizante. Se trata de una obra de lectura apasionante porque nos sumerge en la tragedia de 35 seres humanos excepcionales que, cada uno por sus diversos y muy personales motivaciones, decidieron tomar tan dura decisión.

Para casi todos el suicidio debió haber representado un alivio a sus desesperados dramas individuales, una salida para los que creeyeron ya no tener nada que hacer aquí, para los que perdieron la esperanza, para los que ya no tiene fuerzas para creer y crear; una puerta —como dijo Guy de Maupassant— que “siempre podemos abrir y pasar al otro lado, pues la naturaleza ha tenido un movimiento de piedad y no nos ha aprisionado”.

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