Bob Dylan cantando Sinatra. Supongo que a nadie se le habría ocurrido, salvo a él, por supuesto. ¿Cómo funcionaría una de las voces más rasposas y difíciles de todos los tiempos cantando piezas que le pertenecen a una de las voces más hermosas y veneradas? ¿A quién se le ocurre?
A Dylan.
Lo mejor es que sí, en efecto, funciona. Quienes permanecen con la impresión de que el ‘fuerte’ de la carrera de Dylan son sus composiciones, pues canta horrendamente, han perdido el norte.
Dylan es un compositor prolífico y extraordinario, qué duda cabe. Pero es también un enorme intérprete, capaz de conjurar con su voz los parajes más insospechados del rango de emoción humana. El canto de Bob es delicado, preciso, sutil: lo mejor que hemos escuchado salir de su garganta en al menos 25 años.
Si bien forman parte del repertorio menos conocido de Sinatra, las piezas son parte del cuerpo de ‘The Great American Songbook’, el canon de las canciones más importantes e influyentes para cultura popular del siglo XX. Es la música clásica de Estados Unidos. Su estructura, fraseo, detalle de composición y contenido los colocan en esa categoría. La especialidad de este repertorio son letras urbanas, llenas de ingenio, con rimas inesperadas. Repletas de sutilezas armónicas y melodías memorables. En su disco colaborativo, Tony Bennett y Lady Gaga tomaron su repertorio precisamente del Great American Songbook. Quizás la cultura estadounidense se encauza hacia una revaloración de su tremenda cultura musical.
‘Shadows in the night’ es un disco vivo. Se pueden escuchar las guitarras crujiendo, los dedos pasando por las cuerdas, la respiración cortada de Dylan. También es poderoso, porque conjura el amor perdido de varias décadas, de generaciones enteras que se entregaron a sus duelos particulares a través de esta colección de piezas, revestidas de la sabiduría sin sermones que otorga su experiencia autoral.
Cantar piezas de otros artistas nunca ha sido problema para Dylan. Su carrera comenzó cantando canciones folk ajenas, y en 2015 vuelve a utilizar este recurso. Un disco grabado a la usanza de los tiempos antiguos, mucho antes de que Dylan tuviese incluso un contrato discográfico en sus manos. Diez canciones que no rebasan los 35 minutos, justo la duración de los LPs de los 50.
Su voz se concentra en la cadencia de las letras y en volcarse en el torrente emocional de cada una. Su ritmo se acentúa y contrae en lo que sólo puede explicarse como excentricidad rítmica. Nadie más que él podría descifrar el patrón con el que se sirve para usar los silencios, desencadenar las notas, subrayar las reacciones. Dylan sabe cantar con suspenso, utilizando los silencios como bien escribe David Fricke para Rolling Stone y en este álbum emplea esta sutil herramienta a placer.
‘Shadows in the night’ encuentra a Dylan convertido en un intérprete; un actor de voz, tal como lo fue Sinatra. No encontrarán piezas que Frank hizo famosas. Se trata de un repertorio oscuro, que está hecho para escucharse en privado. Es una mirada íntima a las piezas favoritas de Dylan. Bob se ve a sí mismo en cada una de ellas. Un disco de esta naturaleza tan íntima y personal a estas alturas de la vida de Dylan es un testimonio de su carrera, repleta de momentos agridulces, que sin embargo en conjunto permiten mirar al hombre de 72 años como el artista extraordinario y único al que recurriremos en el futuro para mirar de cerca la experiencia humana de los últimos 50 años.
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