El legendario líder Othón Salazar fundó en 1957 el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), antecedente directo de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). La actual movilización de los maestros ha traído a mi memoria la entrevista que le hicimos hace veinte años. Creo que contiene lecciones importantes para los maestros y el gobierno.
Nacido en 1924 en Alcozauca, Guerrero, en el seno de una familia muy pobre (todavía trabajó como peón en una hacienda), Salazar había sentido una honda vocación religiosa inducida por el Obispo de Chilapa, originario de su pueblo, pero un maestro y su tío (representante de una célula comunista) lo habían persuadido de elegir un sacerdocio laico: ser maestro bajo los cánones de la educación socialista, que entonces era la oficial. En la charla recordó la emoción con la que leía los boletines de la embajada rusa, con "las fotografías de los adelantos conseguidos en la naciente Unión Soviética", y los "sábados rojos" en los que la comunidad reavivaba su conciencia revolucionaria. Años después estudió en la Escuela Normal de Oaxtepec, donde se adiestró él solo en el arte de la oratoria. Viejas maestras lo recuerdan aún: "desde 1945 iba yo a sus mítines, lo admiraba y confiaba en él".
El movimiento que encabezó en abril de 1958 abrió la brecha a las dramáticas huelgas de los ferrocarrileros, petroleros, telegrafistas durante el lustro siguiente. A un tiempo apasionado y sereno, con grave voz (en la que resonaban los ecos de mil discursos) evocaba aquella cumbre de su vida. Todo se gestó entre 1956 y 1957, cuando el SNTE (institución sindical integrada desde entonces, como buena parte del movimiento obrero, al gobierno) vio surgir en la Sección IX a un grupo disidente que reclamaba mejoras salariales. La tensión interna derivó a la formación del MRM que demandó un 40% de aumento salarial. Con su pliego petitorio, el 12 de abril de 1958 los maestros disidentes acudieron al edificio de la SEP donde fueron desalojados, y de allí marcharon al Zócalo donde sufrieron una agresión: "yo vi, cerquita de mí, correr la sangre, yo mismo escapé de una bomba que venía dirigida para mí; al compañero que le tocó le produjo una herida muy honda; nunca supe que suerte corrió el maestro, pero cayó ahí mismo".
El acto levantó una ola de protestas. Intelectuales destacados publicaron manifiestos. (En uno de ellos aparece la firma del joven Cuauhtémoc Cárdenas). Pero la sorpresa mayor fue el apoyo de la sociedad a los maestros. El 30 de abril, un contingente nutrido y espontáneo de padres de familia llegó a la Secretaría de Educación con la intención de entrevistarse con el Ministro José Ángel Ceniceros, que se negó a atenderlos. "No nos vamos hasta que vengan los maestros", dijeron. Y los maestros llegaron:
Nacido en 1924 en Alcozauca, Guerrero, en el seno de una familia muy pobre (todavía trabajó como peón en una hacienda), Salazar había sentido una honda vocación religiosa inducida por el Obispo de Chilapa, originario de su pueblo, pero un maestro y su tío (representante de una célula comunista) lo habían persuadido de elegir un sacerdocio laico: ser maestro bajo los cánones de la educación socialista, que entonces era la oficial. En la charla recordó la emoción con la que leía los boletines de la embajada rusa, con "las fotografías de los adelantos conseguidos en la naciente Unión Soviética", y los "sábados rojos" en los que la comunidad reavivaba su conciencia revolucionaria. Años después estudió en la Escuela Normal de Oaxtepec, donde se adiestró él solo en el arte de la oratoria. Viejas maestras lo recuerdan aún: "desde 1945 iba yo a sus mítines, lo admiraba y confiaba en él".
El movimiento que encabezó en abril de 1958 abrió la brecha a las dramáticas huelgas de los ferrocarrileros, petroleros, telegrafistas durante el lustro siguiente. A un tiempo apasionado y sereno, con grave voz (en la que resonaban los ecos de mil discursos) evocaba aquella cumbre de su vida. Todo se gestó entre 1956 y 1957, cuando el SNTE (institución sindical integrada desde entonces, como buena parte del movimiento obrero, al gobierno) vio surgir en la Sección IX a un grupo disidente que reclamaba mejoras salariales. La tensión interna derivó a la formación del MRM que demandó un 40% de aumento salarial. Con su pliego petitorio, el 12 de abril de 1958 los maestros disidentes acudieron al edificio de la SEP donde fueron desalojados, y de allí marcharon al Zócalo donde sufrieron una agresión: "yo vi, cerquita de mí, correr la sangre, yo mismo escapé de una bomba que venía dirigida para mí; al compañero que le tocó le produjo una herida muy honda; nunca supe que suerte corrió el maestro, pero cayó ahí mismo".
El acto levantó una ola de protestas. Intelectuales destacados publicaron manifiestos. (En uno de ellos aparece la firma del joven Cuauhtémoc Cárdenas). Pero la sorpresa mayor fue el apoyo de la sociedad a los maestros. El 30 de abril, un contingente nutrido y espontáneo de padres de familia llegó a la Secretaría de Educación con la intención de entrevistarse con el Ministro José Ángel Ceniceros, que se negó a atenderlos. "No nos vamos hasta que vengan los maestros", dijeron. Y los maestros llegaron:
La solidaridad universitaria era de ríos humanos... Y la de comerciantes de la Merced:
teníamos comedor para quien sabe cuántos cientos de personas sin que compráramos
nada. Los padres de familia nos llevaban comida, nos sobraba ... para el tiempo que estuvimos... Y según me dicen, subrepticiamente Ruiz Cortines fue a la media noche para presenciar cómo era aquello. Fue grandioso ... para escribir una novela.
Luego de 36 días el MRM levantó el paro. Sus demandas habían sido parcialmente satisfechas. El Presidente los recibió. Salazar recordaba el encuentro:
La respuesta que dio don Adolfo fue más o menos así: "el gobierno de la República ha hecho todo lo posible por atenderlas necesidades de los educadores, hemos hecho lo que permite el presupuesto, espero que ustedes sigan el camino del patriotismo" ... A mí me impresionó desde que dejó su despacho para venir a hablar con nosotros ... Yo vi en don Adolfo grandeza personal.
Ambas partes habían ganado: el gobierno, por su prudencia y contención; el sindicato, por su sentido de realidad y el apoyo social que concitó. Significativamente, esta victoria sindical provocó la reprobación de Dionisio Encinas, Secretario General del PC: "me llamó a anarcosindicalista, casi diciéndole a la base, retírense o retírenlo, sus ideas no están ordenadas".
En septiembre de 1958, el cuadro cambió. En los hechos, ya no gobernaba Ruiz Cortines sino el presidente electo Adolfo López Mateos. Salazar tuvo un encuentro con Gustavo Díaz Ordaz, que se perfilaba ya como el futuro Secretario de Gobernación. Al salir de su oficina, le escuchó esta frase: "no se olvide que el gobierno salta las trancas tan altas como se las pongan". En 1993, don Othón recordaba con pesar: "Yo no supe medir la dimensión de sus palabras, a los pocos días se desató la represión más brutal". Fue puesto preso y sufrió tortura psicológica. En 1960 fue destituido, pero su influencia no se desvaneció. Murió pobre de bienes y rico en coherencia, en Tlapa de Comonfort, en 2008.
¿Las lecciones? La primera, para la CNTE, es no agredir a la sociedad. Hoy la sociedad se ha manifestado con claridad: no apoya a los maestros. Los padres de familia en Oaxaca están justamente indignados. De tiempo atrás, el país ha visto los destrozos en las calles y edificios de Oaxaca, las fotos de un maestro (identificado) golpeando brutalmente a una persona, otro maestro quemando con un soplete la puerta virreinal de la SEP. Y ahora vemos con tristeza los episodios de violencia contra policías, el bloqueo de las vías, la agresión contra los edificios institucionales, el impune secuestro del centro histórico. La palabra misma, la noble palabra "maestro", se ha visto manchada por las expresiones, los rostros y los actos de intolerancia. Todo en nombre de un derecho a la manifestación, del que obviamente se abusa atropellando a terceros. Dudo mucho que Othón Salazar hubiera aprobado lo que ocurre.
Segunda lección para la CNTE: no politizar el movimiento. El de Salazar era ante todo sindical y moral, no político. Buscaba tres cosas, deseables entonces y ahora: la independencia con respecto al gobierno, el beneficio económico concreto y la mejora profesional de los maestros, y la democracia sindical. Aunque Salazar tuvo siempre una ideología socialista y aún marxista, su lucha no obedecía al libreto ideológico, histórico y político del Partido Comunista, que por eso lo atacó con el epíteto más odiado: "anarco-sindicalista". Ojalá lo hubiera sido más, porque el sindicalismo original tenía justamente ese propósito: defender al gremio respectivo, no perseguir fines políticos ya sea integrándose al gobierno o prendiendo la mecha de una Revolución. Si la izquierda amalgama su lucha con la CNTE, lo pagará en las urnas.
La tercera enseñanza es para gobierno (federal y local): usar la prudencia. Hasta ahora han seguido el ejemplo de Ruiz Cortines, y han hecho bien. Deben evitar a toda costa actuar como Díaz Ordaz. Si la representación nacional mayoritaria en el Congreso (más legítima que cualquier gobierno anterior a 2000) aprueba la reforma educativa y la CNTE decide ocupar indefinidamente la ciudad, estará claro que sus propósitos son revolucionarios. Aun así, en el gobierno debe privar la permanente disposición al diálogo sobre los temas educativos y -hasta donde sea humanamente posible en estas graves circunstancias- la voluntad de contención.
Frente a la ocupación de nuestra ciudad, los capitalinos tendremos que practicar la paciencia y la persuasión. Mostrar a la CNTE que no estamos contra la protesta sino contra la protesta que nos toma por rehenes para presionar a las autoridades. A la postre, la democracia saldrá fortalecida. Y nadie, o casi nadie, recordará a la CNTE como ahora recordamos a Othón Salazar.
En septiembre de 1958, el cuadro cambió. En los hechos, ya no gobernaba Ruiz Cortines sino el presidente electo Adolfo López Mateos. Salazar tuvo un encuentro con Gustavo Díaz Ordaz, que se perfilaba ya como el futuro Secretario de Gobernación. Al salir de su oficina, le escuchó esta frase: "no se olvide que el gobierno salta las trancas tan altas como se las pongan". En 1993, don Othón recordaba con pesar: "Yo no supe medir la dimensión de sus palabras, a los pocos días se desató la represión más brutal". Fue puesto preso y sufrió tortura psicológica. En 1960 fue destituido, pero su influencia no se desvaneció. Murió pobre de bienes y rico en coherencia, en Tlapa de Comonfort, en 2008.
¿Las lecciones? La primera, para la CNTE, es no agredir a la sociedad. Hoy la sociedad se ha manifestado con claridad: no apoya a los maestros. Los padres de familia en Oaxaca están justamente indignados. De tiempo atrás, el país ha visto los destrozos en las calles y edificios de Oaxaca, las fotos de un maestro (identificado) golpeando brutalmente a una persona, otro maestro quemando con un soplete la puerta virreinal de la SEP. Y ahora vemos con tristeza los episodios de violencia contra policías, el bloqueo de las vías, la agresión contra los edificios institucionales, el impune secuestro del centro histórico. La palabra misma, la noble palabra "maestro", se ha visto manchada por las expresiones, los rostros y los actos de intolerancia. Todo en nombre de un derecho a la manifestación, del que obviamente se abusa atropellando a terceros. Dudo mucho que Othón Salazar hubiera aprobado lo que ocurre.
Segunda lección para la CNTE: no politizar el movimiento. El de Salazar era ante todo sindical y moral, no político. Buscaba tres cosas, deseables entonces y ahora: la independencia con respecto al gobierno, el beneficio económico concreto y la mejora profesional de los maestros, y la democracia sindical. Aunque Salazar tuvo siempre una ideología socialista y aún marxista, su lucha no obedecía al libreto ideológico, histórico y político del Partido Comunista, que por eso lo atacó con el epíteto más odiado: "anarco-sindicalista". Ojalá lo hubiera sido más, porque el sindicalismo original tenía justamente ese propósito: defender al gremio respectivo, no perseguir fines políticos ya sea integrándose al gobierno o prendiendo la mecha de una Revolución. Si la izquierda amalgama su lucha con la CNTE, lo pagará en las urnas.
La tercera enseñanza es para gobierno (federal y local): usar la prudencia. Hasta ahora han seguido el ejemplo de Ruiz Cortines, y han hecho bien. Deben evitar a toda costa actuar como Díaz Ordaz. Si la representación nacional mayoritaria en el Congreso (más legítima que cualquier gobierno anterior a 2000) aprueba la reforma educativa y la CNTE decide ocupar indefinidamente la ciudad, estará claro que sus propósitos son revolucionarios. Aun así, en el gobierno debe privar la permanente disposición al diálogo sobre los temas educativos y -hasta donde sea humanamente posible en estas graves circunstancias- la voluntad de contención.
Frente a la ocupación de nuestra ciudad, los capitalinos tendremos que practicar la paciencia y la persuasión. Mostrar a la CNTE que no estamos contra la protesta sino contra la protesta que nos toma por rehenes para presionar a las autoridades. A la postre, la democracia saldrá fortalecida. Y nadie, o casi nadie, recordará a la CNTE como ahora recordamos a Othón Salazar.
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