Aún así, pareciera una regla escrita que aventarse a llevar un programa de televisión exige del investigador o cocinero televisivo una nueva capacidad: entretener, al mismo tiempo que se habla del tema y se cocina. Hacer pensar pero divertir, informar pero también hacer reír y sentir. Ahora bien, ¿tal virtud es una regla de los comunicadores de la TV food? Habrá que decir que no y los ejemplos saltan a la vista. Hay quienes conducen su programa con pies más ligeros; otros, sudando la gota gorda, pesados. Cosa de virtudes y limitaciones.
¿Cómo llevar, pues, a un buen puerto a los cocineros por la barra televisiva privada o abierta? Mediante un equilibrio: habrá que exigir que cumplan lo mismo con el qué que con el cómo del saber. Con el conocimiento y la forma de entregarlo a los televidentes, porque, en todo caso, éste no se vierte en las aulas de escuelas privadas sino en casa (no se trata ni de maestros ni educandos formales y se exige de una audiencia sostenida). Es indiscutible que se trata de programas para cierto tipo de espectadores que reclama de sus expertos una instrucción especializada. Ni tanto que queme al rating, ni tanto que no lo encienda.
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