viernes, 1 de noviembre de 2013

El día que el pan de muertos mató al Halloween (F: Fernanda Familiar)

 
 
Esa tarde vi llover
—¡Oye los truenos abuela! –dijo asustado Luisin mientras se tapaba los oídos.
—Mira Abuela, los relámpagos están cayendo por el cerro –gritó entusiasmado.
—¡Ese se escuchó muy cerquitas Abuela! —le dije con las manos heladas.
 
 
Cuando llovía los primos nos asomábamos por la ventana que daba al potrero para ver el majestuoso espectáculo de la naturaleza, sin edificios que nos taparan la vista, era el campo pelón y ya, podíamos ver como los relámpagos aluzaban el cerro, tanto que en ocasiones veíamos las siluetas de los coyotes y otros animales.
 
 
—Ya quítense de ahí que se van a resfriar –habló serena la Abuela Licha— ya fue mucho.
—Ay Abuela pero es que se ve bien fregón –dijo Miguelín con la nariz pegada al cristal.
—Bueno, ustedes se lo pierden, el chocolate ya está listo y también habrá pan de tu tío Lupe.
 
 
Apenas la Abuela había dicho la palabra Chocolate y ya estábamos corriendo a su lado, y es que el chocolate de la Abuela era insuperable, si no mal recuerdo primero ponía a hervir agua con canela y poca azúcar, luego cuando comenzaba a hervir le ponía el chocolate en barra de Oaxaca, tiempo seguido metía el molinillo a la olla y comenzaba a darle duro mientras servía la leche en pequeños chorritos.
 
 
—Aaaa pero que sabroso chocolate amá –dijo el tío Momo.
—Nomás que está re’caliente –comentó la tía Tere.
—Pos si quiere algo frío pérese pa mañana y se compra un raspado de grosella en la plaza –respondió la Abuela.
—¿Después me da la receta señora? –habló tímidamente Nancy la nueva nieta política de la Abuela.
—Claro mija, pero no le paso la receta porque de habladas no se aprende, mejor las próximas 5 o 6 veces que se haga el chocolate en la casa le voy diciendo como lo haga y así mientras hace chocolate para todos va aprendiendo.
—Y de pasada que se palotee unas tortillas de harina –dijo carcajeándose el tío Teodoro.
—Ay Teodoro, tu no das paso sin huarache –le dijo la Abuela a su hermano— ya deja en paz a la pobre muchacha que se va a asustar de la Familia que le tocó.
—¿Y dónde compra el chocolate señora? –comentó de nuevo la nieta política pero ahora con una ligera sonrisa.
—Ah mire mija, este chocolate se compra con Doña Tina la de los dulces del mercado, su nuera Abigail es de Oaxaca y cada vez que va a su tierra, para ayudar a su marido se trae chocolate, mezcal y muchas cosas sabrosas, bueno, nomás no trae tejate ni nieve de tan lejos por que no se puede… que sino.
 
 
Panadero con el pan
 
 
—Buenas noches ¿Quién vive? –se escuchó una voz ronca en lo oscuro del corral que hizo brincar de susto a varios.
—¡Ánimas del purgatorio! —gritó la tía Inés— me asusté re feo.
—¡Así tendrás la conciencia hermana! — dijo carcajeándose el tío Momo.
—¡Lupe, pásale está la puerta abierta! —gritó la Abuela— acá estamos en la cocina.
—No Licha –habló el tío desde afuera— mejor manda a los muchachos con unos cartones y un plástico para tapar esto que traigo en la camioneta.
 
 
El tío Teodoro y el tío Momo salieron a ayudar y regresaron hechos una sopa, el tío Lupe entró vestido como con una capa con gorro, con unas botas muy extrañas y escurriendo de agua, pero al quitarse la indumentaria estaba más seco que el pozo de agua de Don Mario.
 
 
—Ora tío, ¿eso de onde lo sacó? –preguntó el tío Momo— oiga, pero ni le entró nada de agua.
—Pos me la dejó el Gringo que vino a medir no sé qué de la represa y que ayudé en la temporada pasada de lluvias a desatascar su camioneta del lodo –contestó el tío Lupe.
—Oiga tío, ¿pero que no era Francés? –cuestionó el tío Teodoro.
—Es lo mismo –dijo el tío Lupe— todos son güeros, y si no tienen ojo azul, lo tienen verde y no se les entiende ni jota a ninguno.
—Ándale hermano, siéntate a tomar un chocolate calientito para que agarres calor –habló la abuela.
—Oiga amá –dijo el tío Momo— pero si los que estamos empapados somos nosotros.
 
 
El tío Momo y el tío Teodoro se secaron con unas toallas que les llevaron, la abuela llegó a donde estaba la caja que había traído el tío Lupe, procedió a quitarle los cartones y el plástico y la magia comenzó.
 
 
Un desfile de aromas exquisitos surgieron de esa caja, luego, la llevó a la mesa grande y le quitó la el mantel que cubría el contenido.
 
 
Me imagino que así pasaba cuando los piratas abrían un cofre, porque todos abrimos tremendos ojos para ver ese tesoro, tenían un hermoso color dorado, con brillos entre plata y perla.
 
 
La abuela comenzó a sacar de uno en uno para repartir y nosotros nos lo fuimos pasando de mano en mano hasta que nos quedamos cada quien con uno.
 
 
Era el Pan de muerto más exquisito que he probado en toda mi vida, no era solo masa, harina insípida, era el pan de muerto del tío Lupe.
 
 
Cuando se partía ese pan, surgían los verdaderos aromas; olía a pan de huevo, con algo de naranja, algo de anís, olía a recuerdos de otros días de muertos, olía a quienes ya no estaban y a los que aún no nos íbamos.
 
 
—Ande tío ¿pos que le pone que le queda mejor que a otros? –dijo la tía Tere.
—Uy mija, si ya han venido de otras partes a pedirme la receta.
—¿Y a poco la ha dado? –preguntó Nancy.
—Pos claro mija –habló sonriente el tío— si el chiste es no ponerle el azahar así nomás al aventón, hay que hacerlo té primero y ya después se le echa.
—¿Y ya con eso le queda igual que a usted tío? –le pregunté.
—Pos debería, pero dicen que no les queda… pero pos yo ya les dije como le hicieran, vayan ustedes a saber qué es lo que no harán bien.
—Oiga tío, ¿Y por qué les da la receta? ¿Qué no le da miedo de que se la copien? –cuestionó la tía Tere.
—No mija, lo que me da miedo es que nadie se la aprenda y que cuando me muera ya nadie sepa hacer el pan de muerto, eso sí que me da miedo —contestó mientras tomaba un trozo de su pan y lo sopeaba en el chocolate.
 
 
La Barca de oro
 
 
Ya habían pasado varios años de aquella reunión, y el tío Lupe cada día estaba más cansado, y a pesar de que sus brazos y piernas no le respondían igual, el pan y repostería que hacía a diario era una delicia.
 
 
—¿Entonces qué has pensado Lupe? –le preguntó la abuela Licha mientras se balanceaba en la mecedora frente a la chimenea.
—No sé Licha, aunque todavía tengo el ánimo de levantarme a las tres de la mañana para irme a trabajar las fuerzas me han menguado.
—¿Y los ayudantes Lupe?
—No Licha, ese par lo único que sabe es calentar el horno y vaciar bultos de harina, malos para poner los ingredientes, todo se les olvida y pa acabarla a veces ni llegan por que andan crudos.
—¿Pos que es lo que buscas en tus ayudantes que no puedes encontrar?
—Antes Licha, antes lo que buscaba es que alguno de los muchachos de la familia se interesara por este oficio, pero pos, no es fácil; la ganancia es modesta y la friega es mucha, ahora lo único que busco es alguien a quien le guste el oficio y ya.
—Oye Lupe, ¿y no andarás buscando mal pues?
—No te entiendo
—Mira, tanta mujer sola y desamparada que hay en el pueblo, que tienen necesidad, que tienen hijos… quien quita y ellas te den el ancho.
—Pero es muy pesado Licha
—Ay Hermano, si carga uno a un chamaco por nueve meses y aun así va uno por el nixtamal, hacemos de comer, lavamos, atendemos a los demás hijos, a los animales y hasta al viejo… Claro que las mujeres podemos Lupe, nomás es cuestión que les des una oportunidad.
—No pos sepa –dijo el tío mientras fumaba uno de sus cigarros faros.
 
 
Un día a las cinco de la mañana mientras el tío Lupe estaba dentro de su panadería tocaron a su puerta, el tío abrió y se encontró con la abuela Licha y cuatro mujeres a sus espaldas.
 
 
—¿Pos qué pasó hermana?, ¿y estas mujeres? –dijo mientras veía azorado a toda la comitiva.
—Son tus nuevas ayudantas Lupe.
—No, no, ya te dije que no van a aguantar y me van a dejar el trabajo tirado.
—¿Y tus ayudantes? –cuestionó la Abuela.
—Pos no vinieron, ayer fueron las fiestas del aniversario del ejido y pos se pusieron hasta las manitas.
—Pos esos ayudantes tuyos sirven más que pa dos cosas, ándale hazte para un lado que van a pasar tus nuevas ayudantas.
 
 
El tío Lupe se hizo a un lado para dejar pasar a las mujeres mientras se llevaba del brazo a la abuela Licha para hablarle.
 
 
—Oye Licha, pero estas son cuatro y aquellos nomás eran dos
—¿Y eso?, pos les repartes lo que les pagabas a ellos y aparte les das algo de pan para que lleven a sus casas, que todas tienen necesidad y por esa misma necesidad no te van a dejar tirado.
 
 
Así comenzó el tío Lupe a regañadientes con su nuevo equipo de ayudantas, todas trabajaron sin chistar el primer día, a la mañana siguiente cuando el tío llegó a las tres y media de la mañana, cuál sería la sorpresa del tío que ya estaban las mujeres esperándolo.
 
 
El negocio comenzó a prosperar, pudieron atender más pedidos, luego dos de ellas comenzaron a llevar el pan en carretilla a los juegos de béisbol los domingos, las otras dos se plantaron a orilla de la carretera y comenzaron a vender empanadas a los viajeros.
 
 
—¿Se puede? –preguntó la abuela en la entrada de la panadería.
—¡Pásale hermana, pasa! —contestó el tío dirigiéndose a duras penas hasta la entrada— han sido una bendición Licha, y yo que no quería darles el trabajo, ahora son mi mayor alegría.
—¿Para que soy buena?…me mandaste llamar.
—Si hermana, es algo que no quería hacer fuera de aquí ¿te acuerdas de aquello que te comenté la última vez en tu casa?
—Sí, sí que me acuerdo, pero quise pensar que quizá hablabas así por los tequilas.
—No hermana, mira toma, ya sabes qué es esto –le dijo entregándole unos papeles en una carpeta de cuero.
—Si, lo sé, pero no creo que sea el momento hermano.
—Lo es hermana lo es –dijo tiernamente el tío Lupe mientras le daba un par de palmaditas a la mano de la abuela Licha que descansaba en la mesa del amasado.
 
 
Cuatro meses después el tío Lupe murió mientras dormía, “La muerte de los justos” dijo la Abuela Licha. A su entierro fue casi todo el pueblo y gente que ni conocíamos, también fue el único día en su historia que la panadería “La Tahona” cerró sus puertas.
 
 
A la mañana siguiente, la Abuela se quedó de ver con las mujeres de la panadería por lo que las citó a las 7 de la mañana, ya cuando llegamos estaban afuera esperándonos.
 
 
—¿Cómo están muchachas? –preguntó la abuela.
—Mal Doña Licha –contestó Gabriela— muy tristes por la pérdida de Don Lupe, fue tan bueno con nosotras.
——Si, era como un padre Doña Licha, y eso pos duele –dijo María.
—Y créanme muchachas –dijo la Abuela— que él las veía a ustedes como sus hijas… oigan, ¿Pos que no traen llave para entrar?
—Pues si Señora –contestó Gloria— pero como Don Lupe no está… no sé, no pudimos y decidimos mejor esperarla a usted.
—Creo que es mejor así –dijo la abuela— mi hermano antes de morir me dejó la panadería para que yo tomara las riendas y decidiera el rumbo del negocio, aquí están todos los papeles –dijo mostrando la carpeta— pero, antes quiero saber que piensan ustedes.
 
 
Se hizo un silencio y las mujeres se vieron entre ellas, entonces Gabriela habló:
 
 
horno
 
— Doña Licha, esta panadería es parte de Don Lupe y ahora de usted, y pues es su sangre, si usted le sigue, es como si Don Lupe le siguiera, entonces yo le sigo.
—¿Y las demás?… ¿qué piensan? – preguntó la abuela.
—Lo mismo Señora –contestaron casi al unísono.
—Bueno, pues déjeme decirles que yo no sigo en esto –dijo la abuela— yo me bajo de este barco ahora mismo.
 
 
El rostro de las cuatro mujeres se desencajó, algunas palidecieron, casi todas estaban llorando.
 
 
—No muchachas, yo no sigo en este barco –continuó la Abuela— pero dejo el timón para que ustedes mismas lo dirijan, porque sé que está en buenas manos y que sólo aquel que ama lo que está haciendo puede llevar por buena ruta su barco. Eleven sus anclas mis muchachas y emprendan este viaje con esperanza, así es como debe ser.
 
 
Las mujeres corrieron a abrazar a la Abuela Licha, todas lloraban menos yo… bueno, solo un poquito.
 
 
Al llegar a la casa le pregunté a la Abuela:
—Abuela, yo escuché que el tío Lupe te dijo que la panadería era tuya… ¿Por qué se las regalaste?
—No mijo si no se las regalé, tu tío me dijo que era mía y que hiciera con ella lo que quisiera, así que yo nomás hice lo que debía hacer, entregar la panadería a quien amaba trabajarla y eso mijo, no fue regalar, fue entregarla a sus verdaderas dueñas. –me dijo mientras me servía un jarro de leche con una empanada rellena de cajeta.
 
 
Un par de semanas después el nombre de la Tahona cambió y ahora se llamaba Panadería “El Tesoro de Don Lupe”.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario